Progenitura
La otra mañana, camino a comer a casa de mis padres, pasé por el parque cercano a la casa donde viven, donde vivía yo hasta hace nada. Una madre, sola, divorciada de domingo por la mañana, cantaba una canción infantil a su hija, que saltaba a la comba. "Rey, rey, cuantos años viviré, soy pequeñita y no lo sé, uno, dos, tres...". Así, hasta que fallas el salto y el destino decide que vivas hasta los 15 años. Qué crueldad. En ese momento pensé en que jamás cantaré esa canción a un hipotético hijo mío. Tampoco le compraré coche nuevo para que venga a estudiar al campus, ni móvil a los 10 años. Vamos, que seré una castradora con látigo y mi hijo no desarrollará complejo de Edipo. Nada de vaguear en la cama, nada de fritos, ni de bollycaos en la puerta del colegio. Nada de esas insulsas charlas con las mamás de los compañeros que ellas adoran tanto. Lo apuntaré a clases de japonés y lo mandaré a los USA a que se vuelva un perfecto hombre de éxito y vuelva a odiarme y así no desarrolle complejo de Edipo. Otra vez a sacar el látigo.
K. vino el fin de semana para hacerme esconder el látigo y oxigenar mi maltrecho cerebro y mi maltrecho corazón vapuleado en tantos días de soledad y estudio. Así que en cuanto acabé mi examen nos fuimos a comer a un chino y a comprar al supermercado. Y tardecita tranquila, escuchando, una vez más, discutir a los vecinos, una pareja, por las voces, que parece relativamente joven, relativamente cansada el uno del otro, definitivamente flotando a la deriva. Voces, gritos, lágrimas, histérica la de ella, fría y asesina la de él. K. se pregunta por qué siguen juntos, por qué la gente que debería intentar vivir separada se esfuerza en seguir manteniendo eso. Dan ganas de gritarles que las paredes no aislan su amor roto, que se expande, que espanta a los vecinos, que el amor roto deben coserlo en su casa, a pies juntillas, en silencio, o que si no hay cosido que valga deben romperlo del todo, y tirar para adelante. Dan ganas de decirles que están ciegos, que el amor, por mucha película romántica que nos hayan hecho tragar, no es más de verdad por sufrir, por llorar, por pelearse hasta la saciedad.
[...]
Como siempre, el paseo me ha puesto de un humor excelente. Vamos a comer y después al cine. 300 demuestra que el cine puede ser solamente entretenimiento y bastar con ello.
by blackstar from Las cosas que nunca mueren
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